Capítulo
6
Desde
allí zarpamos hacia el Río de la Plata y hemos venido a un río dulce que se
llama Paraná-Guazú y es extenso en la embocadura donde se deja el mar, y este
río tiene una anchura de cuarenta y dos leguas de camino; desde Río de Janeiro
hasta este río Paraná-Guazú son quinientas leguas. Allí dimos en un puerto que
se llama San Gabriel; donde los catorce barcos, echaron anclas en este río
Paraná. De inmediato ha ordenado y dispuesto nuestro general don Pedro Mendoza
con los marineros que las pequeñas esquifes se condujeron a tierra la gente que
se hallaba en los barcos grandes pues los barcos grandes sólo podían llegar a
una distancia de un tiro de arcabuz de la tierra, por eso se tienen las
pequeñas esquifes; a éstas se les llama bateles o botes.
Hemos
desembarcado en el día de Todos los Tres Reyes en 1535 en el Río de la Plata;
allí hemos encontrado un lugar de indios que se llaman los indios Charrúas y
son ellos allí y eran alrededor de dos mil hombres hechos; éstos no tienen otra
cosa que comer que pescado y carne. Éstos han abandonado el lugar y han huído
con sus mujeres e hijos de modo que no pudimos hallarlos. El puerto donde están
los barcos se llama San Gabriel. Éstos indios andan desnudos, pero las mujeres
tienen un pequeño trapo hecho de algodón, esto lo tienen delante de sus partes
desde el ombligo hasta las rodillas. Ahora mandó el don Pedro Mendoza a sus
capitanes que se reembarcara a la gente en los barcos y se la pusiera o
condujera al otro lado del río Paraná pues en este lugar la anchura del Parara
no es más ancha que ocho leguas de camino.
Capítulo
7
Allí
hemos levantado un asiento, que llamamos Buenos Aires; esto, dicho en alemán,
es: buen viento. También hemos traído desde España sobre los sobredichos
catorce barcos setenta y dos caballos y yeguas y han llegado al susodicho
asiento de Buenos Aires; ahí hemos encontrado un lugar de indios los cuales se
han llamado Querandís; ellos han sido alrededor de tres mil hombres formados
con sus mujeres e hijos y nos han traído pescados y carne para comer. También
estas mujeres tienen un pequeño paño de algodón delante de sus partes. En
cuanto a estos susodichos Querandís no tienen un paradero propio en el país;
vagan por la tierra al igual que aquí en los países alemanes los gitanos.
Cuando estos indios Querandís se van tierra adentro para el verano sucede que
en muchas ocasiones hallan seco a todo el país por treinta leguas de camino y
no se encuentra agua alguna para beber; y cuando acaso agarran o asaetan un
venado u otra salvajina, juntan la sangre de éstas y la beben. También en casos
buscan una raíz que se llama cardo y entonces la comen por la sed; cuando los
susodichos Querandís no quieren morirse de sed y no hallan agua en el pago,
beben esta sangre. Pero si acaso alguien piensa que la beben diariamente, esto
no lo hacen y así lo dejo dicho en forma clara.
Los
susodichos Querandís nos han traído diariamente al real durante catorce días su
escasez en pescado y carne y sólo fallaron un día en que no nos trajeron que
comer. Entonces nuestro general don Pedro Mendoza envió en seguida un alcalde
de nombre Juan Pavón y con él dos peones; pues estos susodichos indios estaban
a cuatro leguas de nuestro real. Cuando él llegó donde aquéllos estaban, se
condujo de un modo tal con los indios que ellos, el alcalde y los dos peones,
fueron bien apaleados y después dejaron volver los cristianos a nuestro real.
Cuando el dicho alcalde tornó al real, metió tanto alboroto que el capitán general
don Pedro Mendoza envió a su hermano carnal don Jorge [Diego] Mendoza con
trescientos lansquenetes y treinta caballos bien pertrechados; yo en esto he
estado presente. Entonces dispuso y mandó nuestro capitán general don Pedro
Mendoza a su hermano don Diego Mendoza, que él junto con nosotros diere muerte
y cautivara o apresara a los nombrados Querandís y ocupara su lugar. Cuando
llegamos allí sumaban los indios unos cuatro mil hombres pues habían convocado
a sus amigos.
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