Memorias del viaje de Ulrico Schmidl con Pedro de Mendoza 1530 aprox.
Y
cuando nosotros quisimos atacarlos se defendieron ellos de tal manera que ese
día tuvimos que hacer bastante con ellos; mataron ellos a nuestro capitán don
Diego Mendoza y junto con él a seis hidalgos de a caballo, también mataron a
tiros alrededor de veinte infantes nuestros y por el lado se los indios
sucumbieron alrededor de 1000 hombres; más bien más que menos; y se han
defendido muy valientemente contra nosotros, como bien lo hemos experimentado.
Dichos
Querandís tienen para arma unos arcos de mano y dardos; éstos son hechos como
medias lanzas y adelante en la punta tienen un filo hecho de pedernal. Y
también tienen una bola de piedra y colocada en ella un largo cordel al igual
como una bola de plomo en Alemania. Ellos tiran esta bola alrededor de las
patas de un caballo o de un venado que tiene que caer; así con esta bola se ha
dado muerte a nuestro sobredicho capitán y sus hidalgos pues yo mismo lo he
visto; también a nuestros infantes se los ha muerto con los susodichos dardos.
Dios el
Todopoderoso nos dio su gracia divina que nosotros vencimos a los sobredichos
Querandís y ocupamos su lugar; pero de los indios no pudimos apresar ninguno.
En la sobredicha localidad los Querandís habían hecho huir sus mujeres e hijos
antes de que nosotros los atacamos. Y en la localidad no hallamos nada fuera de
cuero curtido corambre sobado de nutrias u Otter, como se las llama y mucho
pescado y harina de pescado, también manteca de pescado. Allí permanecimos tres
días; después retornamos a nuestro real y dejamos unos cien hombres de nuestra
gente; pues hay buenas aguas de pesca en ese mismo paraje, también hicimos
pescar con las redes de ellos para que sacaran peces a fin de mantener la gente
pues no se daba más de seis medias onzas de harina de grano todos los dias y
tras el tercer dia se agregaba un pescado a su comida. Y la pesca duró dos
meses y quien quería comer un pescado tenía que andar las cuatro leguas de
camino en su busca.
Capítulo
9
Después
que nosotros vinimos de nuevo a nuestro real, se repartió toda la gente; la que
era para la guerra se empleó en la guerra; y la que era para el trabajo se
empleó en el trabajo. Allí se levantó un asiento y una casa fuerte para nuestro
capitán general don Pedro Mendoza y un muro de tierra en derredor de la ciudad
de una altura hasta donde uno puede alcanzar con un florete. Este muro era de
tres pies de ancho y lo que se levantaba hoy se venía mañana de nuevo al suelo;
a más la gente no tenía qué comer y se moría de hambre y padecía gran escasez,
al extremo de que los caballos no daban servicio. Fue tal la pena y el desastre
del hambre que no bastaron ratones, ni ratas ni víboras ni otras sabandijas;
también los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido.
Sucedió
que tres españoles habían hurtado un caballo y se lo comieron a escondidas; y
esto se supo; así se los prendió y se los dio tormento para que confesaran tal
hecho. Entonces fue pronunciada la sentencia que a los tres susodichos
españoles se los condenara y ajusticiara y se los colgara en una horca. Así se
cumplió esto y se los colgó en una horca. Ni bien se los había ajusticiado y
cada cual se fue a su casa y se hizo noche, aconteció en la misma noche por
parte de otros españoles que ellos han cortado los muslos y los pedazos de
carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento y comido. También ha
ocurrido entonces que un español se ha comido su propio hermano que estaba
muerto. Esto ha sucedido en el año de 1535 en nuestro día de Corpus Cristi en
la sobredicha ciudad de Buenos Aires.
Capítulo
10
Como
ahora nuestro capitán general don Pedro Mendoza juzgó que él no podía mantener
su gente, ordenó y dispuso a sus capitanes que se hicieran cuatro bergantines;
y pueden viajar cuarenta hombres en una tal barquilla y hay que moverlas a
remo. Y cuando tales cuatro barcos que se llaman bergantines estuvieron
aparejados y listos, junto con otras pequeñas barquillas a las cuales se las
llama bateles o botes, de nanera que en total fueron siete barcos; cuando todos
estos estuvieron aparejados, ordenó y mandó nuestro capitán general don Pedro
Mendoza a sus capitanes que se convocara a la gente. Cuando esto ocurrió y la
gente estuvo reunida, tomó nuestro capitán trescientos cincuenta hombres con
sus arcabuces y ballestas y navegamos aguas arriba por el Paraná para buscar
los indios para que nosotros pudiéramos lograr comida y bastimento. Pero cuando
estos indios nos hubieron divisado, huyeron todos ante nosotros y no pudieron
hacernos mayor bellaquería como la de quemar y destruir los alimentos; esto era
su modo de guerra; así nosotros no tuvimos nada que comer ni mucho ni poco pues
se le daba a cada uno tres medías onzas de pan en bizcocho en cada día. En este
viaje murieron de hambre la mitad de nuestra gente. Así tuvimos que regresar,
porque nada pudimos lograr en este viaje y estuvimos en andanzas por dos meses.
Cuando vinimos de nuevo al lugar donde estaba nuestro capitán general el don
Pedro Mendoza, hizo llamar él enseguida a nuestro capitán que había estado con
nosotros en el viaje; éste se llamaba Jorge Luján. Entonces nuestro capitán
general tomó relación del susodicho Jorge Luján de qué modo había ocurrido que
se le hubiera muerto tanta gente. A esto él le respondió que él no había tenido
comida alguna y que los indios habían huído todos, como vosotros lo habéis
sabido muy bien más arriba.
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